Las migraciones son como un péndulo, producen un movimiento constante entre las geografías que nos habitan. Entonces sabemos que nunca dejamos un lugar para siempre. Allí donde menos lo esperamos, en el bit de un reguetón, en el sabor de la empanada caliente, en el olor de la quebrada que corre, el barrio regresa.
Walter reconoce esa nostalgia. La siente sin doblegarse frente al sentimiento, pues a sus 24 años entiende la contundencia de las pérdidas (ha despedido ya a su madre y a su abuela, a los amigos de la niñez, a la casa de la infancia), pero también entiende el poder de lo que permanece.
Sin duda, el barrio regresa. Se muestra en los pasos de breakdance aprendidos por Walter en el Centro de Desarrollo Cultural; se expresa en la fluidez de cada movimiento, como si Moravia pudiera revelar su intensidad en el vértigo de un giro veloz. Sin embargo, el baile ya no es solo la insinuación de un territorio, es un arte que sigue a Walter donde sea que se encuentre porque ha escrito en su cuerpo, para que él recuerde siempre la fuerza de sus pasos.
Recuerdos. “En la casa de Moravia vivíamos dos hermanos, mi hermana, en ese tiempo estaba la pareja de un hermano mío con su hijo, mi mamita que en paz descanse, mi mamá que en paz descanse y un señor llamado don Roque. Vivíamos bastantes en esa casa. Ah y Francisco, un señor que habíamos acogido hace mucho tiempo en la familia. Vivíamos todo ese combo en una sola casa. Me acuerdo mucho que jugábamos en la cancha, jugábamos boy, ponchado, escondidijo, todos esos juegos que eran una belleza. Recuerdo que había lugares donde dejaban como basura pero dejaban juguetes también, entonces uno de niño en el barrio, muy inocente, uno como que al ver que dejaban eso uno lo aprovechaba como que ah esto me sirve y uno jugaba con los jugueticos que dejaban otras personas”.
El baile es como la vida. “Una vez en el teatro del Centro de Desarrollo Cultural llegaron a hacer una presentación y yo vi unos parceritos bailando y un man girando en la espalda y yo: ¡ay qué estilo yo quiero hacer eso!. Hasta que de un momento a otro dijeron en el Centro que iban a empezar unas clases de baile y yo pues me interesé mucho. Hasta que empecé con mis primeros pasos, ah que estilo esto como se siente. Entonces nosotros empezamos un proceso de breakdance con el profesor Julian de Crew Peligrosos. Nosotros fuimos el primer grupo de proyección que tuvo el Centro de Desarrollo Cultural, yo me mantenía todos los días allá, el Cultural era como mi casa realmente. Gracias al breaking empecé a ver eso en mí, lo que me caracteriza es lo alegre, entonces siempre allá la gente me decía ah usted todo alegre, usted baila y sonríe, que transmitía mucho, entonces es chévere tener esos recuerdos. Al break le debo mucho. A uno le hace falta moverse y entrenar un rato, es algo que hace parte ya de mí, hace parte de mis raíces, me ayudó a descubrir el estilo de persona que soy, con la gente que me gusta estar”.
Una tarde Walter encontró a su mamá dibujando en cartulina la casa de sus sueños. Con trazos simples, creó una casa donde cabían todos. Este recuerdo, guardado por muchos años, es evocado ahora desde Nuevo Occidente, donde llegó para habitar un lugar propio. Allí agradece la protección de los árboles y la frescura de un ambiente que lo acerca a la vida del campo. Pero sobre todo agradece el cumplimiento del sueño por el que trabajó incansablemente su mamá, quien vio este apartamento como un regalo para una vida mejor.
Tener un lugar en el mundo. “Cuando vienen algunos parceritos yo les digo molestando: ah vea yo mandé hacer esto, porque esto a mí me parece un paraíso. De aquí para abajo es muy lindo, demasiado y siento esa tranquilidad, esa protección de los árboles porque realmente regulan muchísimo la temperatura, dan un ambiente más fresquito, más natural, le ayudan a uno a despejar muchísimo la mente”.