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Me llamo Marisol, vivo en el municipio de Tibú y en 2006,

cuando tenía 14 años, me ocurrieron cosas tristes y eso me puso

muy mal. Mi papá nos abandonó a mi mamá y a mis tres

hermanas de la noche a la mañana. ¡Ni siquiera nos dijo hasta

luego! El último día que lo vi él salió como cualquier otro día,

y por eso yo pensé que iba para El Tarra a visitar a la hermana 

de él, a mi tía. Pero no volvió. Y antecitos de eso habíamos

perdido a mi nonito Gregorio, el papá de mi mamá. No digo

que a él lo hayan matado, como hicieron con los dos hijos de él,

mis tíos Ramiro y José del Carmen, porque hasta el sol de hoy

todavía no sabemos muy bien qué le pasó, o qué le hicieron,

mucho menos por qué. A mi nono se lo tragó el río, parece.

 

Él tenía una finquita por los lados de Campo Tres, pero a él y a

mi nona les había tocado salir corriendo de allá cuando los paramilitares 

se metieron a ese lado. Él se fue a vivir a Cúcuta, llegó

a un barrio de invasión allá. Pero él nunca se olvidó de su tierra

y ya, años después, quiso volver y recuperar su parcela, volver a

sembrar sus maticas. Pero todavía estaba el auge de la violencia

y se comenta que por allá estaba la guerrilla en ese momento.

Entonces a él lo desaparecieron, jamás volvimos a saber de él.

 

Mi mamá se puso tan triste cuando se enteró de que eso le

había pasado a mi nono Gregorio, que se puso como deprimida,

muy triste, lloraba mucho. Y yo hoy creo que esa fue la razón

por la cual mi papá se fue y nos dejó. Tal vez se aburrió, se le

quitó como esa emoción de vivir ahí con nosotros en la casa.

¡Pero imagínese la angustia y el desespero de mi mamá ante

semejante situación!

 

Entonces eso parecíamos en fila: primero mi mamá y sus tristezas, 

y luego la seguí yo. Aunque yo no le decía nada a nadie,

ni siquiera a Tatiana, mi hermana mayor, que era como mi

mejor amiga. Pasé así bastante tiempo, me empezó a ir muy

mal en el colegio y a veces me levantaba por las mañanas y

quería seguir acostada, mirando para el techo, no hacer nada.

Pero la música me salvó, mi cuerpo y la música me salvaron.

 

Así fue como a mis 15 años, en el año 2007, me volví integrante 

de la Asociación de Jóvenes de Tibú.

Tatiana hacía parte del grupo de baile del profe Jorge, que

también era el profe de sociales en el colegio Caldas de aquí de

Tibú. Recuerdo que una vez que ella tenía una presentación de

danza, la casa se llenó de lentejuelas, hilos y coloretes. Mi mamá

se la pasó toda la noche terminando de arreglarle el vestido y

mirando revistas, para ver cuál peinado le quedaría mejor.

 

Yo no tenía ganas de ir a ver bailar a mi hermana, y me negué 

y me negué hasta que mi mamá se puso bastante seria y

me dijo que no era si yo quería, era que me tocaba. De pronto,

ella ya se había dado cuenta de lo triste que yo estaba y pensó

que eso me podía servir: ver gente, ver muchachas como yo.

Así que terminé asistiendo a la Casa de la Cultura para ver la

presentación de danza de Tatiana. Ella estaba muy bonita, mi

mamá le había prestado un ganchito de pepitas brillantes para

el pelo, y el vestido tenía flores rojas y naranjadas. ¡Parecía una

bailarina de verdad, verdad!

 

Esa noche me picó el bichito. Al otro día me quedé en el colegio

y me asomé al salón donde el profe Jorge hacía los ensayos con

el grupo de baile. Y aunque quise que no me vieran, un perrito

me empezó a ladrar y todos se dieron cuenta de que yo estaba

ahí espiándolos. Mi hermana me vio, y se puso contentísima.

El profe Jorge me dijo que no me preocupara, que entrara y

escuchara el rollo y que si no me gustaba, no tenía por qué

volver. Entré con mucha pena y con la cara roja y me senté al

lado de Santiago, un muchacho del grupo. ¡Y saber que ese día

me iba a cambiar la vida a mí!

Rápidamente me encarreté con el grupo de baile. La cosa es

que el profe Jorge no solo nos enseñaba danzas, él era como un

psicólogo, también. Se dio cuenta de que en el grupo estábamos

personas que habíamos sufrido, otras que tenían muchísima

agresividad, que había tristeza por la pérdida de nuestros seres

más queridos a causa de la violencia. Entonces él no nos hacía

únicamente la formación en danza, sino lo que realmente nos

hizo fue una terapia, una terapia colectiva. […]

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