Hace algunos días, en conversación con un amigo abanderado de eso que llaman las nuevas masculinidades, se nos ocurrió esta idea: si el machismo es la enfermedad y el feminismo es el antídoto, los hombres también deben tener su dosis. Eso pensamos. “Todos deberíamos ser feministas”, dice Chimamanda Ngozi Adichie, asegurando que su hermano Kene es el mejor feminista que conoce. Y aunque no conozco ningún hombre cercano del que pudiera afirmar que es el mejor feminista, sí me he rodeado de algunos que tienen muy claro que la lucha es, primero, por la igualdad entre hombres y mujeres. Y, curiosamente, muchos de ellos ni se atreven a nombrar el feminismo, hacen muchas preguntas y se les nota incómodos con la desigualdad y su lugar de privilegio. ¿Son feministas? ¿Son aliados? ¿Qué vienen siendo?

“La toma de conciencia feminista por parte de los hombres es tan esencial para el movimiento revolucionario como los grupos de mujeres”. Tengo escrita esta frase de bell hooks en uno de mis cuadernos de notas feministas. Y la tengo escrita porque siempre tengo presente esa pregunta: ¿Y los hombres qué? Y la tengo presente porque creo que los cambios que la sociedad requiere para alcanzar la igualdad entre hombres y mujeres deben contemplar transformaciones en las individualidades, en las formas en las que nos posicionamos en el mundo, y una de esas formas está condicionada por nuestro lugar de hombres y mujeres.

Ahora, la frase tiene un elemento clave que quiero subrayar: la toma de conciencia feminista por parte de los hombres es TAN importante como los grupos de mujeres. bell hooks (no es un error, su nombre se escribe con minúsculas) propone una separación entre hombres y mujeres y equipara su importancia. Los grupos de mujeres son fundamentales, pues en una sociedad patriarcal en la que los hombres han tenido el poder sobre todo, sobre lo público, sobre lo económico, sobre las mujeres incluso, nosotras necesitamos espacios seguros, emancipadores, de reconocimiento y validación. Muchas frases de cajón, repetidas hasta el cansancio, dan cuenta de la exclusión de las mujeres en diversas dimensiones de la vida; y las repiten los hombres y las repetimos las mujeres. Por ejemplo, que un país no está preparado para una presidenta o que las mujeres no podemos ser amigas o trabajar juntas porque estamos en constante competencia, esas son las trampas del patriarcado y los imaginarios que nos impiden desarrollarnos en la vida pública y política, incluso en la privada, porque hemos vivido con miedo y subyugadas a un deber ser que nos pone obstáculos. De ahí la importancia de que las mujeres nos juntemos entre nosotras y trabajemos en la reorganización de esos órdenes sociales. Y tenemos que hacerlo sin los hombres. Pero…

Necesitamos cada vez más hombres que entiendan el feminismo como una opción política para que las mujeres terminemos de salir de ese hoyo al que nos ha relegado el patriarcado. Hombres que tomen conciencia sobre lo que ha significado ser hombre en este sistema, que miren sus cicatrices: la de la pelea en el colegio con una botella, la del golpe recibido en el ejército, la de la caída por correr mientras huía de la policía. Y que a través de esas cicatrices puedan ver las que han causado en otras y en otros: la de la novia que tomaron a la fuerza hasta dejarle un morado en el brazo, la de la niña que encerraron en un cuarto de la casa familiar mientras había una fiesta, la de la exnovia a la que le echaron ácido en el rostro, la de la amiga borracha que violaron, la de la esposa que golpearon por no estar en la casa, la del hijo pequeño al que le partieron un brazo. 

Porque pasa con frecuencia que somos las mujeres quienes cargamos la responsabilidad de las violencias que recaen sobre nosotras. Tenemos la tarea de identificar las señales de violencia, de prevenir y de huir de los espacios de riesgo. ¡Pero es que por qué se quedó ahí! ¡Si le pega es porque le gusta! ¡Quién la manda a estar a esa hora en la calle! Tenemos la tarea de denunciar y de someternos a múltiples revictimizaciones que provienen de una ya reconocida violencia institucional. Pero entonces, ¿cuál es la responsabilidad de los hombres en la erradicación de las violencias y en el desmonte del sistema patriarcal?

Hay que decir que prevenir las violencias contra las mujeres no es la única lucha del feminismo. Sin embargo, es tal la virulencia de estas violencias (no por poco las mujeres pedimos una declaratoria de emergencia por violencias machistas, comenzando apenas el segundo mes del año, ya contamos la trágica cifra de 33 feminicidios en Colombia en 2021, ¡esto es un horror!) que nos ponen en situación de emergencia. Salvar nuestras vidas es una lucha cotidiana. Pero el feminismo tiene un horizonte mucho más complejo y es el de la política feminista, los estados feministas, la transformación de un modelo económico basado en la explotación, la acumulación y la desigualdad. No hay duda de que son las mujeres las primeras llamadas a ser las protagonistas dando vida a proyectos políticos feministas, ocupando lugares de poder, ‘armando rancho aparte’ cuando los partidos políticos o las empresas o las familias marginan sus liderazgos. Sin embargo, un estado feminista será uno en el que quepamos por igual hombres y mujeres, en el que el cuidado de la vida sea primordial (y eso no ocurre en los estados patriarcales), en el que el poder se redistribuya, pero se redistribuya también el trabajo de cuidado, el dinero, la propiedad. Y para que ese estado sea posible necesitamos hombres que logren tomar conciencia feminista. Y eso implica que los hombres que tomen tal conciencia se aparten de algunos procesos, sean compañeros, asistentes, observadores. Que hagan renuncias a esos lugares de poder ya asignados, decidan no posar en la foto, no hablar en el evento, ceder la palabra, ir tras bambalinas para abrirle el telón a esas mujeres que se la juegan por esa construcción.

No puede ser que en la mesa de trabajo de cualquier empresa se prohíba hablar de fútbol, de política, de religión y de feminismo —como me contó una amiga que decretaron en la empresa en la que trabaja—, pues es importante que el feminismo no siga siendo visto como un antagónico de los hombres, sino como el principal ingrediente para un mundo más justo y más solidario.  Para un mundo mejor. 

Escribo sentada en la mesa de un bar, veo pasar un grupo de unos ocho muchachos con uniforme militar. Eso también es el patriarcado: la guerra sin razón. Cuerpos masculinos presos y sin posibilidad de liberación que aprenden a someter a otros cuerpos como reivindicación de su propia masculinidad. Necesitamos hombres que salgan a las calles y luchen contra esa violencia a la que son obligados, necesitamos que también se hagan cargo de eso que les corresponde. Tomar conciencia feminista es la clave. No necesitamos caballos de Troya, necesitamos verdaderos caballitos de mar.

Jenny Giraldo García
Directora de Género en Confiar
Febrero de 2021